Revista Diners
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3rd May 2018
La noche en que Córdoba ‘se calentó’ para siempre
Justo a la entrada de la trocha que rodea los límites del caserío Mejor Esquina, a eso de las 10 de la noche, un campero frena en seco. El chofer apaga las luces y el paisaje de la sabana se cubre de negro.
A lo lejos, en la casa de la familia Martínez, donde unas 200 personas celebran la fiesta del domingo de gloria, los destellos luminosos y la algarabía de la orquesta Tres de Mayo de Monte Líbano guían en la penumbra el camino de los misteriosos ocupantes del jeep.
De repente, los acordes de celebración del fandango se confunden con los sonidos de los movimientos erráticos del ganado en el monte, que huye asustado. Golpes secos sobre la tierra y troncos que se quiebran, alertan a la gente.
Al mismo tiempo, el estruendo de un balazo retumba en las ventanas de la entrada de la casa.
La primera víctima es Tomás Berrío, el profesor del pueblo. Su cuerpo yace ensangrentado en medio de los ocho hombres armados que bajaron hasta allí con órdenes de asaltar la fiesta y dejar con vida solo a algunos, “para que hubiera quien llorara a los muertos”.
La infamia era la antesala de la embestida que tomó por sorpresa la sala principal de la finca, donde el grito “guerrilleros hijueputas” dio inicio a un ritual sangriento que duró una hora eterna.
Así comenzaba a escribirse la primera masacre paramilitar en la historia de Córdoba, ocurrida la noche del 3 de abril de 1988, Domingo de Resurrección...